Hola amado mío, en esta tarde vespertina te he pensado, y plasmado en un papel con una pluma tan fina como tu rostro angelical… hoy amado mío me siento dichosa el haberte conocido, tanto te he buscado y al fin te he encontrado…
Recuerdo el momento en que nos conocimos. Era una noche helada, yo temblaba de frío y caminaba del brazo de mi cautivo, cuando de pronto te vi venir; mi corazón empezó a latir aceleradamente y yo tan avergonzada de un sentimiento que no comprendía el porqué nacía dentro de mí. Te miré fijamente y te dibuje en mi interior; tú, tan elegante, con gran cordura. Aún recuerdo a donde ibas y como vestías. Brillante e irradiarte veía tu cabello y unos ojos grandes de color pardo, con una tez blanca, un rostro alargado y angelical. Lo que me encantaba era esa postura tan varonil que hacía verte único. Caminabas con gran gallardía y las calles por donde pasabas te rendían pleitesía…, de pronto llegaste y te quedaste frente a mi cautivo, le saludaste de una manera como si estuvieras obligado a hablarle, y yo, te miraba de una manera simulada y deseaba estar tomada del brazo tuyo y cabizbaja por momentos me quedaba. Te conocí utópicamente, sentía que ya te conocía de tiempos. Por casualidad o por circunstancias del destino nos llegamos a conocer. Nuestro encuentro fue tan fugaz, tu partías y yo me iba imaginando como sería si nos volviéramos a encontrar y como alucinaba que me pidieras ser tu amada para la eternidad. Mientras caminaba del brazo de un hombre… te anhelaba y te deseaba, fingía que no me importabas y seguía mi caminar…
Pasaron varios meses hasta que volví a encontrarte, quizá en el momento equivocado ya que quería un momento para los dos y jamás te confesé ese gran sentimiento que por ti ya sentía. Esta vez nos volvieron a presentar y con gran emoción mi corazón volvió a latir…; otra vez esos ojos; sí, esos ojos, me miraban con ternura y me hacían tuya de una manera sin igual. Me negué a mis sentimientos, ahogue por un momento y fallé a un amigo, un amigo tuyo. Reíamos, paseamos todos; todos sin igual. Mi cuerpo y mis actitudes eran un teatro, hice creer a todos, no estar enamorada de ti, mientras mis pensamientos eran sólo tú. Te deseaba, te desnudaba con la mirada, sin mirarte. Tu silueta en mi mente estaba, más que dibujada, pues yo aún te amaba. Un amor puro y verdadero, un amor incondicional, un amor celestial. Poco a poco nos fuimos conociendo; tú con gran bondad y humanidad fuiste invadiendo cada vez más en este, mi corazón y yo poco a poco trataba que me amaras con la misma intensidad como yo ya lo hacía. Día y noche te anhelaba con más frecuencia y mi amor por ti crecía descontroladamente, es así que mi corazón salió a relucir ese inmenso amor por ti y mi razón fue opacada y encerrada. Hasta esos momentos mi amor seguía siendo puro y verdadero. Trataba de llamar la atención ante tus ojos, esos ojos de rocío de los cuales me cautivaron, esa manera tan varonil, esos conocimientos tan arraigados que tenías sobre una mujer; y tu vestir, tan maduro te veía, no sólo en tus conocimientos, en tu actuar, en tu caminar, en tu forma de pensar; todo esto lo resumo en una sola palabra, amor…